Ojalá ella también

Quizás te parezca extraño, pero esta mañana me dí cuenta de que últimamente he estado pensando en ti, o más bien, recordándote. Estaba recogiendo las pinturas de Claudia, mi hija pequeña, y viendo que había dejado todas las puntas gastadas me acordé con malicia de lo mucho que me gustaba hacerte rabiar escondiéndote el sacapuntas a dos minutos de terminar la clase de plástica, porque odiabas guardar los lápices sin afilar y te ibas al recreo con cara de pasa enfurruñada. Pero en seguida se te pasaba porque estabas loco por el bocadillo de lomo que me hacía mi madre para almorzar.

Y entonces caí en que era… ¿la quinta vez que aparecías en mi cabeza? no, la novena por lo menos… mira, ni idea, antes de empezar a contar ya había perdido la cuenta.

Me había acordado de aquella vez que tu madre nos llevó a la feria. Íbamos tan contentos que de camino todo nos hacía gracia, la señora rubia a la que se le salía el dedo gordo del pie por el agujero del zapato, el señor con gafas de Bartolo y casi nos asfixiamos cuando se nos cruzó aquel perro arrastrándose sentado por el suelo «¡¡Mira, Isaac, se está rascando el cucu!!». Madre mía, llegamos a la feria con calambres en la tripa. Pero al darnos cuenta de que habíamos llegado a la tierra prometida, donde los caramelos crecían en mini caravanas de colores, abrimos los ojos como platos, me cogiste de la mano y echamos a correr por las calles llenas de luces.

Pobrecita tu madre, lo que la hicimos gritar aquella noche, supongo que por eso no nos llevó nunca más. Por eso y porque tomaste demasiada azúcar, y ella aprendió que no se te podían dar más de tres cucharadas al día. Pero gracias a tu sobredosis me regalaste un montón de sonrisas llenas de emoción y algodón de azúcar.52dca302c0220278f9a3a9df1d8feb9a

A veces Claudia me sonríe así, cuando se lleva a la boca la primera cucharada de helado y me mira con esa cara de ilusión pringada en chocolate. En ese momento tengo la certeza de que mi pequeña es feliz, como solo puede serlo un niño, como lo eras tú cuando jugábamos en nuestros escenarios imaginarios.

Me acuerdo de una vez que nos inventamos que éramos marineros. Bueno, en realidad tú eras Jack Sparrow (sé que ese personaje aun no existía, pero en mi infantil mente enamorada, tú ya eras así de guapo) y yo era tu campanilla, pero con vestidito morado. Navegábamos a lo temerario, esquivando rocas afiladas y aguas infestadas de dinosaurios marinos, 7efbd39c2e359a3c2938f25339a9d8b2porque aun no habíamos estudiado los orígenes del mundo, claro. Y al llegar a una isla llena de cangrejos venenosos como no podía ser de otra manera, no se nos ocurrió otra cosa que saltar de piedra en piedra. Mientras tanto en el mundo real, estábamos en el aparcamiento del barrio, y las piedras eran los coches del vecindario. De pronto alguien nos gritó desde una terraza y salimos corriendo de allí como si nos persiguiera un policía.

Estuvimos escondiéndonos toda la tarde, jugando a presos fugados de la cárcel solo por aprovechar nuestros nervios, y cuando subimos cada uno a su casa, pensando que el percance de los coches en realidad no había sido algo tan malo, nos encontramos con la bronca monumental, una para cada uno. La chivata había sido la vecina de mi abuela, con razón la tenía tanta manía…

Casi puedo notar un pinchacito en el corazón recordando cómo se me rompió en pedazos cuando mis padres me prohibieron acercarme a ti. Me dijeron que no era para siempre, que solo era un castigo, pero para mí era como si me hubieran quitado las ganas de vivir.

Qué melodramática era esta cría.

Existía el detalle de que éramos compañeros de clase, y éramos tan ilusos que pensábamos que nuestros padres se turnaban para vigilarnos. En realidad no estábamos tan locos, lo que pasa que nuestras mentes se morían por jugar juntas y siempre encontrábamos la manera. Así que nos dedicábamos a dejarnos pistas por las esquinas del colegio: calaveras piratas dibujadas con tizas, una figurita de papel albal con forma de cocodrilo y una varita mágica hecha con un palo y el corazón de la manzana que me comí en el recreo. Era nuestra formar de reírnos de los mayores saliéndonos con la nuestra.

El día que nos levantaron el castigo lo recuerdo como uno de los más felices de mi vida. Nuestros padres se echaban de menos y decidieron reencontrarnos. Cuando vimos que solo estábamos a un metro el uno del otro me miraste asustado y me dijiste «¡estás más mayor!»

«Isaac, hijo, que solo ha pasado una semana…»

Nos abrazamos sin saber qué hacer con los brazos, locos de emoción, me apretaste muy fuerte y me dijiste que no nos separarían nunca más.

Pero ya ves que al final quienes nos separamos fuimos nosotros, como hacen los niños con todo cuando sin querer, empiezan a crecer.

Terminamos primaria ya algo distantes, la idea de pasar al instituto nos tenía con la cabeza en otra parte, esperando a ver qué habría al otro lado de toda esa inseguridad que sentíamos. La clase, que habíamos sido la misma desde que teníamos 7 años, se disolvió y nos mezclamos con otras clases y gente que venía de otros colegios. Y por culpa de toda esa marea mental y cambios vertiginosos, terminamos de despistarnos y nos perdimos de vista.

«Estoy segura de que hace tiempo que hubiéramos recuperado el contacto, y volveríamos a divertirnos comiendo algodón de azúcar…«algodon_de_azucar

Pero alguien no quiso darnos esa oportunidad y tú tuviste que mudarte a la vuelta del charco por tu padre, aunque nunca supe muy bien por qué.

Yo no le di mayor importancia y no me costó casi nada ignorar tu existencia, como hacías tú conmigo. Y te archivé en mi memoria como uno de los motivos por los que fui la niña más feliz del mundo. Y ya está… porque el pasado pasado está, y a pesar de lo maravilloso que sería, no se puede volver atrás para recuperar algo.

Pero ¿sabes una cosa? Ojalá…

Sí, ojalá le ocurra a Claudia. Ojalá se enamore con 6 años del niño más risueño de su clase, y que sea en un visto y no visto, como me pasó a mí. Me encantaría ver cómo se le imagesponen coloradas las orejitas al preguntarle qué tal en el cole, y no me pueda contestar sin una sonrisa tímida descontrolada. Estar haciendo un día los deberes con ella y ver que los bordes de las páginas están llenas de corazones con sus iniciales por todas partes, y su nombre dibujado en rótulo con 200 tipos de letras.

Y que empiece a querer hacer los deberes ella solita.

Quiero que mi hija crezca habiendo conocido ese tipo de amor inocente del que se aprenden tantas cosas… que aprenda a compartir, a explorar su imaginación, que conozca lugares a los que ni si quiera llegamos tú y yo.

Ojalá su primer amor sea inolvidable como el mío.

Ojalá algún día Claudia tenga a su Isaac.

Por otros diez años

El mundo está lleno de gente bonita, a veces es complicado encontrarlas y puedes tardar años en tropezarte con una, otras veces las has tenido siempre cerca y un día te das cuenta de que bajo la carcasa de alguien siempre hay muchísimo más.

Hace algo menos de un año retomé el contacto con una de esas personas excepcionales, un viejo amigo de la adolescencia. Bueno, no es que seamos tan viejos, pero en estos últimos diez años caben las experiencias de toda una vida, a mí me ha pasado de todo, y él también se la ha pegado unas cuántas veces. Pero además bien… como yo.

Lo primero que me llamó la atención de él fue lo alegre que era, y no digo divertido, que también (muchísimo), me refiero a esa alegría que algunas personas llevan en los ojos y te miran con una sonrisa que hace que aparques tus problemas durante un rato. Eran conversaciones simpáticas, estallidos de risa y Rock ‘n Roll (mentira, era heavy metal puro, pero el rock de la vieja escuela siempre queda mejor). Un par de horas eranZaska suficientes para notar unas ligeras agujetas en la tripa al día siguiente de reír tanto. Y qué optimista era, a mí me maravillaba, buscaba siempre el lado bueno de las personas y se preocupaba por los suyos, y a veces también por alguno que no tenía nada que ver con él. Su corazón era tan grande que no sé como le cabían en el cuerpo el resto de órganos internos. Eso fue lo que me enganchó de él.

Y como tuve la suerte de que entablásemos una amistad, pude descubrir un montón de cosas más. Descubrí que es sincero, una de esas personas que te miran a los ojos cuando te hablan, de los que no tienen miedo a decir lo que piensan a la cara, con su tacto y todo, sin herir a nadie, porque también es una persona respetuosa y tolerante, alguien que jamás te impondría sus ideas, e incluso te preguntará por qué crees en lo que crees tú solo por conocer tu punto de vista. Hoy en día, en la generación de izquierdas, derechas y dictaduras  Podemos, ¿dónde se encuentra eso? ¿quién se interesa por escuchar tus opiniones y tomarlas en cuenta? Pues os aseguro que el mundo está lleno de personas así, y él es una de ellas.

Descubrí también que tiene convicción en sus valores, se aferra a ellos y los defiende a capa y espada, porque es muy épico él, por eso lleva el pelo largo.

Pierde el interés en la mayoría de cosas que prueba, pero puede estar meses como un loco empeñado en algo que se le ha ocurrido y no para hasta conseguirlo. Derrocha ganas de vivir y comerse el mundo, aunque se empache nada más empezar, pero se asegura bien de pegarle al menos un mordisco.

Y  lo que de verdad le importa lo conserva como oro en paño. Cuida de su gente y le presta su ayuda cuando la necesita, aunque eso signifique terminar haciendo el ridículo por la calle, así de loco está. Así de locos estamos los cinco.

Perdimos el contacto durante años, tres o cuatro años bastante complicados en los que alguna vez nos veíamos, y era como ver a alguien que apenas conoces, te ríes y hablas de cualquier cosa… pero luego me iba a mi casa perpleja, sin saber cómo narices habíamos llegado a ese punto. Hemos llegado a estar muy lejos el uno del otro, tanto que se podría medir en años luz.

Y sin embargo ha vuelto a convertirse en un pilar imprescindible en mi vida, una de las cinco columnas que sostienen la amistad que hemos forjado este quinteto de cabras locas.

Mi querido cumpleañero, hoy hace diez años que topamos el uno con el otro por el camino, diez años larguísimos, llenos de risas, de anécdotas absurdas, de lecciones de esas duras que te da la vida, llenos de experiencias juntos y por separado, diez años en los que hemos aprendido que esta vida da muchísimas vueltas, que en una de estas te caes y unas cuantas vueltas después apareces en el mismo sitio, más calvo o más gorda, pero vuelves a tu sitio, al que perteneces.

Así que aquí estamos. Tú calvo no estás, aunque algunos kilos de felicidad sí que has cogido; y yo, apaleada por todas partes por haber sido idiota demasiadas veces. Pero contra todo pronóstico (que mira que era impensable)hemos vuelto al mismo sitio, a nuestras noches de bar en las que berreamos cantamos Scorpions desgañitándonos a pleno pulmón a las 3 de la mañana, hemos vuelto a nuestras frases hechas, de si «quiés velas» o si «quiés queso», que no, que al final eran patatas.  Y hemos vuelto a compartir música de la que ambos hacemos, terminar con las manos rojas de aplaudirte cuando estás en un escenario, y oírte gritar como un loco cuando soy yo la que está ahí arriba. Y he vuelto a ver esa alegría tan de tus ojos y la sonrisa que te quita las preocupaciones de la cabeza.

Eres una de las personas más especiales de mi vida, y aunque ya tengo tu regalo de cumpleaños, también quiero regalarte este revoltijo de palabras que corretean por la pantalla de mi portátil, que te quieren contar lo mucho que te quiero y lo que agradezco a quien haya que agradecer el que tú y yo seamos amigos. Amigos de esos, de los de Leyenda.

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Feliz 28 cumpleaños, mi vacarro.

Te quiero

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Sin colorantes ni conservantes

Siempre pensé que tenía un problema.

Me quisieron enseñar que vienes a este mundo con la misión de encontrar al amor de tu vida; primero me lo enseñó Walt Disney, ese gran guionista de sueños en el mágico país de los cuentos, creador de princesas inocentes de color de rosa que encuentran el amor cantando en un bosque y después de saltar varios obstáculos consiguen a un príncipe encantado con el que cenar perdices cada noche. Luego me lo enseñaron todas esas series de adolescentes que se dedicaban a odiarse y a amarse en los pasillos de un instituto. Después vinieron las comedias románticas en las que daba igual que Jim Carrey fuera el ser más idiota, sinvergüenza o mentiroso sobre la faz de la tierra, porque al final siempre conseguía conquistar y reconquistar a esas pobres muchachas decepcionadas con menos de dos dedos de frente.

la mascara Mirase donde mirase veía un condicionamiento artificial para asegurarse de que la sociedad viviera venerando esa utopía.

Tengo una amiga que la primera vez que intentó poner esas enseñanzas en práctica, la caída fue tan humillante que nunca más volvió a verle el pelo a su ego. Dolorida en el suelo apareció un príncipe azul montado en su blanco corcel, la levantó en brazos y la enseñó un mundo ideal que nunca pudo imaginar. Creyó que era él, él creía que era ella. De verdad. Se quisieron mucho más que la Sirenita y su marinero, (ese que tiene mi nombre favorito en el mundo, Eric. Aunque quizás me enamoré del nombre cuando le ví la primera vez en la televisión de mi abuela, quién sabe cómo funciona el cerebro de una mujer cuando tiene 6 años…) Él no era marinero, él era un gran militar.

Se sumieron en un enamoramiento constante desde la primera vez que se citaron para quedar en una biblioteca. Mientras él intentaba disimular los nervios cuando le explicaba qué era eso de los vectores, ella se embelesaba con el sonido de su voz. Vivieron durante años en el dolor de la distancia, echándose de menos sin querer creer que el otro también lo hiciera, pero deseándolo con desesperación. Seguían andando cada uno por su camino fingiendo desinterés hasta que la vida les cruzaba de nuevo en una casualidad de película y se destartalaban su mundo el uno al otro. Ocurrió media docena de veces.

Hasta que consiguieron matar al dragón y comprarse un castillo. De Ikea.

Pero un día llegaron a un acantilado. Bueno, para él sí había camino, la del vértigo fue ellaacantilado. Y fracasó en el intento de conseguir su por siempre jamás. Pensé que se había vuelto loca, había tirado por la borda tantos años de míticas escenas dignas del cine… pero nada de películas ¿eh? estas eran suyas, en primera persona. Y eran maravillosas, ¿por qué lo hizo? alergia a las perdices, quizás.

Después de otro intento fallido más por culpa de aquella desilusión que lo había empañado todo, me terminé rindiendo. Perdón, se terminó rindiendo.. y se convenció de que tenía algo defectuoso por ahí dentro que nadie podía arreglar.

Crecemos con la imposición mediática de buscar a una persona y apostarse con ella un «hasta que la muerte nos separe». El caso es que hay algunos que lo consiguen, y eso es algo que me empezó a llamar la atención. Me fijé en ellos y me di cuenta de que funcionaba no porque hubieran encontrado a una persona, sino porque habían encontrado a SU persona. Y entonces me atreví a pensar que quizás las cosas en realidad eran más sencillas, que tal vez, por muy de manual que sea, no es obligatorio dedicarse a etiquetar cada etapa de una relación: «nos estamos conociendo», «somos novios», «estamos prometidos», «papi, ¿puedes ir a recoger al niño?». Me atreví a pensar por primera vez que tal vez mi naturaleza se rebela contra todas esas reglas, que a lo mejor la moraleja de la Cenicienta a mí no me aporta nada.naranja Al principio me resistí porque quería vivir en la tranquilidad de no llamar la atención, ser como todos los demás. Después tuve que aceptarlo como algo crónico en mí que no tenía tratamiento. Hace poco me di cuenta de que en realidad no es una enfermedad, y desde entonces lo llevo por bandera.

No tengo un problema, es solo que mi punto de vista no es el convencional.

Para mí el amor no es lo que nos cuentan películas que llegan a la gran pantalla, el amor de mi vida no es la persona que esté a mi lado cada día y tenga que llevarme al altar. El gran amor de alguien es esa persona que llega una tarde cualquiera y decide mirarte marcando un antes y un después en tu vida. Es alguien que por más kilómetros o silencio que te separen de él, seguirá siendo prioridad absoluta en tu corazón, ese que se atrinchera en la suite y no deja que nadie le saque de ahí. (¿Se te viene algún nombre a la cabeza?)

Y con el gran amor de tu vida puede pasar cualquier cosa. Puede estar viviendo en tu mismo barrio, o puede marcharse a trabajar fuera, lejos de ti, y no le vuelvas a ver. Puede casarse con otra persona… no te escandalices, esas cosas pasan. Que sí, te lo digo yo que le pasó a mi amiga. Quizás ni si quiera sois compatibles, o incluso puede que tu gran amor viva ajeno a que lo es porque ya tiene el suyo propio, y no, resulta que no eres tú.

Como dice mi amigo Arjona, a veces el amor es un ingrato.

Puede ser de cualquier forma, despistado, humilde, borde, simpático, también podría ser algo egoísta… puede ser rubio o puede ser alto. Nada de eso importa, pase lo que pase nadie le quitará su lugar. Es quien te hace vivir experiencias románticas de las auténticas cuando está cerca y aunque esté lejos. Es el que es tan parte de ti que aunque no seas consciente, es imprescindible. ¿Quién tiene que estar pendiente de no dejar  de respirar? Es una esencia que solo se intuye, suena como un didgeridoo, suave pero constante y no te das cuenta de que está ahí, pero si deja de sonar te quedas sumido en un silencio ensordecedor.

Y a mí con la esencia me basta, el amor me gusta así, sin añadidos… no me hace falta ponerle un disfraz de novia ni sellarlo con hijos, entiendo que la mayoría sueñe con tener la colección: el novio encantador, la esposa perfecta, la casa en propiedad y un hijo en la universidad. Todos quieren el kit del amor, pero existimos también algunos bichos raros que no necesitamos ponerle pegatinas y decorarlo, ¿para qué, si los adornos pasan de moda? El amor es perfecto tal y como es, sin aditivos, «él para ella» o «ella para él» sin importar cómo, sino quién, personas con su propio camino pero conectadas para siempre por una fuerza inalterable que la ciencia está aún intentando averiguar.

Qué absurdo, como si la magia se pudiera demostrar.

Estrella

Solía volar rasgando el terciopelo negro. Estrella, tan blanca como era, y con su cabello suelto jugaba a dibujar largas estelas. Revoloteaba como loca, riendo a carcajadas sin tener en cuenta un rumbo, era feliz brincando de constelación en constelación. Estrella solo vivía para saltar.

Él la conoció una noche de verano; se asomó por la ventana al escuchar su risa de duende y quedó fascinado con sus andares cuando la descubrió rodando en su jardín. Estrella clavó su mirada en el muchacho, tintineó con las pestañas y él sintió como si dos dagas atravesaran su piel; se acercó con sumo cuidado para no asustarla, se moría por mano estrellatocarla, quería ver de cerca el polvo de diamantes que la rodeaba.

¿Cómo te llamas?

¿De qué estás hecha?

Estrella se ruborizó brillando con fuerza, ¿quién era ese muchacho? ¿cómo había llegado hasta ella? un extraño y cálido sentimiento invadió su corazón de hielo; sin pensarlo dos veces le cogió de la mano y soltando sus cabellos le hizo despegar los pies del suelo. Él era propenso a marearse en las alturas, pero al llegar a la Osa Mayor se dió cuenta de que se le había caído el vértigo por el camino.

Juntos fueron el espectáculo de los románticos que les vieron aquella noche surcando el oscuro lienzo, bailando descalzos de tejado en tejado, abrazados como náufragos que se aferran a una tabla en medio del océano queriendo salvarse el uno al otro, nadando desnudos entre las nubes, haciendo castillos de auroras boreales.

Él la miraba y se preguntaba por qué algunos decían que solo era polvo, si con ella todo era luz y fuego, un espectáculo de colores que se fundían con el cielo. Y él con ella, su bella estrella.

Pero de pronto el horizonte se encendió. Confundido, la miró con una pregunta en sus ojos, y presa del pánico Estrella lloró. Él notó aflojar la fuerza de sus manos y al hablar, la voz de cristal se le quebró en pedazos.

El amanecer ha vuelto…

No hubo más explicación, ni fogonazos ni estallidos, simplemente el momento desapareció. Despertó boca abajo en el jardín abrazando con fuerza el aire vacío, medio ciego y tiritando de frío. Miró desesperado al cielo buscando a Estrella, pero a quien encontró fue al Sol que le miraba con desdén.

Pobre iluso – decía – que confunde a los eternos astros con efímeras estrellas fugaces.

Sé levantó dolorido, más en el alma que en el cuerpo, se miró de arriba a abajo y se polvo de estrellasacudió con rabia el polvo de las manos. ¿Solo era eso? ¿solo era polvo?

Era la forma que tomó Estrella para no desaparecer y quedarse a su lado, impregnada en su piel como polvo, polvo mágico de hadas que cuidara de sus pasos, o quién sabe… quizás solo sea que ya no pueda verla rodar en su jardín porque su luz se apagó, y tal vez Estrella vuelve cada noche, esperando que el muchacho la encuentre tumbada a oscuras, mirando con nostalgia al cielo, deseando que la recoja para hacerla brillar de nuevo.

 

¿Hola? ¿Sigues ahí? Vuelve a iluminarte, Estrella.

 

 

 

Un desierto de madreselva

Esta noche las estrellas deben de tener el horario trastornado, o eso o se les ha olvidado salir. Supongo que será por la luna, que hoy se ha puesto especialmente guapa y brilla con luz propia. No me extraña que los lobos se enamoren de ella.

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No sé qué tendrá la oscuridad, pero hace que la soledad de esta habitación pese un poquito más, como si creciera… supongo que será cosa del negro, mi madre siempre se pone vestidos de otro color porque dice que los oscuros la hacen más gorda.

Lo de siempre, las mujeres y sus leyendas urbanas.

Así que estoy aquí, tratando de cazar pensamientos en compañía de la soledad. Bueno, y de mi gato, que hace un momento ha dejado de ronronear porque ya se ha quedado dormido. Mi pequeño bichito gris…

Hoy me apetecía encender unas velas, hace tiempo las compré en el veinte duros  los chinos de la esquina y aun no las había estrenado, ¡con lo zen que soy! Tenía de dos clases, Arenas del Sáhara o madreselva. Iba a elegir solo uno, pero he decidido mezclar, como hago con los pensamientos, y darme el capricho de imaginar por un momento que el desierto huele al Amazonas. Un momento, ¿cómo huele el Amazonas? jamás se me había ocurrido preguntármelo. Tendré que apuntarlo en mi lista de tareas pendientes.

749. Visitar  oler el Amazonas.

Hala, ya está.

Como te contaba, he encendido las velas y me he acurrucado con mi peluche felino a pensar en qué momento dejé de sentirme tan viva como antes, últimamente se me olvida salir de casa con un par de sonrisas de más por si me hacen falta, y luego me toca rebuscarme en los bolsillos a ver si tuviera alguna de emergencia. Iba a estar llena de pelusilla, pero al menos me haría el apaño si me encuentro con alguna situación que la merece.

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El caso es que seguir, sigo viva, desde luego alguien que no lo esté no podría hacer los malabares que yo hago para conseguir organizar días de solo 24 horas, que digo yo que ya se podrían estirar un par de minutos aunque sea.

Pero bueno, sé que por mucho que le robara alguna hora de más al reloj no serviría para encontrar ese yoquésé quéséyo que solía venir a buscar a mi ilusión para jugar juntas por las tardes como dos niñas de risas escandalosas. No sé, te juro que no sé en qué momento me ocurrió. Lo último que recuerdo es ver cómo algunos de mis sueños caían moribundos por el hueco de una escalera, y eso fue hace ya tiempo. Pero jamás se me olvidará ese sonido como de cristal haciéndose añicos contra el suelo. Y desde entonces… silencio.

Como ahora. Aunque la respiración calmada de mi pequeña pantera me hace más compañía de la que cabe esperar de un ser que no habla. A veces pienso que terminaré siendo como la vieja de los gatos y no es algo que me preocupe, porque en realidad no se me ocurre una vejez más feliz ni más rodeada de cariño. No, no te creas eso de que solo los perros son fieles, es un mito inventado por incultos que nunca han tenido gato, te lo digo yo.

Pero yo no quería hablar de gatos… qué follón ¿ahora entiendes lo que te decía de mezclar pensamientos?

Debe de ser cosa de las velas.

Supongo que nunca fui una persona de andar por casa, yo nací con un gusto por la vientolibertad más desarrollado de lo normal, a mí me gusta besarme con el viento, disfrutar de sus caricias un tiempo y después ir a descubrir si sabe diferente en otro lugar. Volar. En otra vida fui un ave migratoria y a ésta me traje puesta la costumbre de alcanzar horizontes, imagino que será cuestión de supervivencia. Y sospecho que por eso muchas veces ahora me siento morir, como si el muro hecho de rutina que rodea mi día a día no me dejara respirar.

Estabilidad. Se me pone la piel de gallina. A mí la estabilidad me hace enfermar, yo necesito sol, vitamina D para el cuerpo y caminar por caminos que no sé dónde terminan, ni tampoco cuándo. Que yo en el fondo soy muy de mi hogar, tengo que pasarme de vez en cuando a saludar o entonces la libertad es la que empieza a ahogarme. (No se puede vivir mucho tiempo sin las tortillas de patata de mamá…)

Muchas veces me veo tentada a hacer otra vez el hatillo y sacar un billete de avión a cualquier sitio, respirar de nuevo, empezar de cero como tantas otras veces. Creo que soy adicta a esa sensación de vértigo tan única cuando te ves solo en medio de algún lugar absolutamente desconocido. Recuerdo la primera noche que dormí lejos de mi casa, a miles de kilómetros, era la primera vez que viajaba sola a otro país, y no eran vacaciones, al día siguiente tenía que instalarme en una casa que no conocía con una familia que no conocía… y una manera de conducir que no conocía. Terrorífico. Recuerdo perfectamente la sensación de estar como en un sueño, y envuelta en las modestas sábanas del hostal miré la luna durante horas, que llevaba el mismo vestido de hoy. Estaba llena, completamente llena, como intentando darle luz al paisaje para que pudiera ver el sitio tan hermoso al que desde ese día llamaría hogar.

Mi preciosa Isla Esmeralda… eres tan mágica como siempre te imaginé.

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En  fin, se van apagando las velas y noto cómo se extinguen con la llama también mis ideas. Sé que tenían que ver con un desierto y un gato jugando con los hilos de un vestido negro… o algo así. Pero no importa, mejor me voy a dormir que tengo un par de horizontes nuevos que cruzar.

Con suerte los habré alcanzado por la mañana.

Cartas al cielo

Mi querida Mari Carmen,

Sé que hacía mucho tiempo que no me sentaba un rato contigo a charlar, espero que no pienses que después de todos estos años me he olvidado de ti, es solo que a una se le hace difícil cuando se pone a recordar.

Esta tarde salí a dar un paseo; últimamente me hace falta caminar sin pensar a dónde, ya sabes, la vida la forman rutinas y decisiones y alguna vez necesito darme el capricho de dejarme llevar. El caso es que sin darme cuenta hoy mis pasos me llevaron hasta tu casa. No sé por qué me bancohe obligado a sonreír, y aun sintiendo una punzada en el alma me he acercado al banco en el que solías sentarte en verano a verme jugar mientras hacías tus crucigramas, esos que a mí me parecían imposibles de resolver.

Venga, intenta adivinar esta: Persona que monta a caballo con destreza.

Mmm… no me la sé.

Claro que la sabes, mira, empieza por la jota.

Que no me sale , es muy difícil…

JINETE, tonta, pues claro que la sabía… pero estaba tan distraída viendo a Willy escarbar agujeros que no me concentraba en otra cosa. Sin embargo ahora, allí sentada, la palabra me retumbaba en los oídos.

No he podido evitar mirar hacia tu balcón sin arrepentirme, está tan sucio y desmejorado que hace demasiado real el hecho de que ya no estás aquí; es doloroso verle pedir a gritos que vuelvas para cuidarlo, tú que lo tenías siempre lleno de flores para salir a tomar el sol en nuestra manta y pasar las tardes de domingo con el cerebro congelado de tanto comer helados, intentando jugar al jenga… ¿Te acuerdas de lo malas que éramos? tan malas que nos cansábamos en seguida y pasábamos el resto de la tarde construyendo casitas para mis juguetes del Kinder Sorpresa que siempre me dabas para merendar.

Jenga

Me he acordado de aquel día que viniste a buscarme al cole; esa niña que me odiaba tanto se había estado metiendo conmigo y yo estaba muy triste. Cuando te vi sacándome la lengua desde el otro lado de la puerta sentí tanta emoción que rompí a llorar como una cría… bueno, como lo que era. Me abrazaste muy muy fuerte y sacaste del bolsillo un pañuelo de colores que habías traído para mí. Volvimos a casa buscando piedras raras, como siempre, para pasar la tarde pintándolas con témperas; recuerdo que siempre las pintaba todas de rojo porque aunque fueran cuadradas yo me empeñaba en hacer corazones, pero tú siempre les encontrabas formas divertidas y te reías de mi asombro cuando convertías una piedra gris en mi animal favorito. Aún lo pienso y me sorprende cómo sabías las cosas insignificantes que me hacían feliz, como cuando te disfrazabas de la Tonta del Bote y me perseguías por la casa haciéndome reír al borde de la histeria.

La persiana de tu cuarto estaba bajada y se me ha escapado una sonrisa recordando una tarde que te echaste a dormir; habían sacado a pasear a Willy y yo me aburría tanto que me dediqué a untitledenvolverme con toda la ropa de tu armario, puse el baño patas arriba en busca de tu pintalabios y me transformé en un cuadro de Picasso de dudoso estilo. Cuando te despertaste y me viste así creí que estabas tan enfadada que no podías ni mirarme. Hoy me he dado cuenta de que en realidad solo intentabas que no te viera aguando la risa.

Me enseñaste a ponerme bizca para que pudiera ver los dibujos escondidos en 3D, me explicaste que las nubes se forman porque el cielo bebe del mar cuando tiene sed,  y rompí mi primer vaso cuando quise que me enseñaras a fregar. Me acuerdo que para reponerlo te regalé mi preferido de juguete, ese morado con flores blancas; tú lo lavaste a conciencia para usarlo en la cena y que yo dejara de sentirme culpable. Eras tan buena, Mari Carmen…

Hace poco mamá me contó por qué me llevaste aquel día al parque de atracciones, acababas de saber que estabas enferma y me quisiste regalar el mejor de los últimos manzanarecuerdos. ¿Y sabes qué? Lo conseguiste, como todo lo que te proponías, en mi retina se grabó para siempre la sonrisa radiante en tu cara esperándome con una manzana de caramelo mientras yo te saludaba acongojada desde una noria que para mí era gigante, me llevaste a caballito de una punta a otra del parque a pesar de tus pocas fuerzas, y al dejarme en casa no dejaste que la tristeza empañara el que tú sabías que sería nuestro último abrazo.

Quizás pienses que ya casi no me acuerdo de ti porque cuando te marchaste yo solo era una niña, pero me diste tanto amor… me hiciste tan feliz que tu huella quedó esculpida en mi corazón, y no necesito que un balcón vacío me recuerde que te extraño cada día.

Pero yo sé que estás bien, que te guardan como un tesoro donde quiera que estés porque siempre fuiste un ángel, y estoy segura de que te ganaste las alas más bellas del cielo.

Brindo por ella

Hoy no es un día especial, no es mi cumpleaños ni tampoco el aniversario de algo que me ocurriera hace años. Pero hoy es un día tan bueno como otro cualquiera para comprar el champán más barato del chino de la esquina, brindardescorchar la botella y brindar, porque los mejores brindis se hacen sin pensar, por esos motivos que te arrancan una sonrisa cuando menos te lo esperas.

Y hoy mi brindis va por ella, por ese día cualquiera en el que el tren donde yo viajaba paró en su estación, se subió y con ese descaro suyo se sentó conmigo en el vagón.

Brindo por esa enorme sonrisa que algún artista cinceló en su cara y que me dedica tan a menudo en mis días grises, y porque también me las regala cuando es a ella a quien le llueve. Por ser mi buzón de sugerencias y oídos de mis confidencias, por confesarme sus secretos y confiar en que los guardo.

Por su espíritu incansable de adolescente de quince años y por ser la voz de la razón si me desvío del camino. Por encontrar lo que me falta cuando ni si quiera sé lo que he perdido, por ser la mano que me levanta y buscar la mía cuando tropieza. Por cómo tapa mis goteras y aunque haga frío, me abriga y me lleva a pisar charcos. Por ser la mejor amiga rubia que toda castaña necesita.brun

Brindo por las tardes en la cocina intentando hacer pasteles, terminar pringadas de nata y envueltas en harina; por las noches locas en las que coger el coche, conducir hasta que se nos acaba el camino y reírse conmigo de mí misma mientras doy marcha atrás por calles desesperadamente estrechas. Por sacarme de la cama cualquier jueves con una llamada de madrugada para invitarme a un par de copas y bailar hasta que salga el sol; por las cantidades industriales de helado en tarrina que han desaparecido cucharada tras cucharada en su sofá bajo una manta, por las lágrimas que me seca con la manga y las que yo no dejo que le caigan. Por todos los príncipes azules que se nos destiñeron y por las veces que las que desteñimos fuimos nosotras.

Por todas esas películas que nunca terminamos de ver juntas por quedarnos dormidas, por todos los vecinos que nos han oído gritar a deshoras, por nuestras guerras nocturnas contra los mosquitos y los veranos en su jardín contando estrellas.

Por aquella vez que desde miles de kilómetros fue capaz de sujetar mi mundo para que no se me cayera encima, apuntalando bien mi vida y siendo mi único apoyo. Por las Guinness en mi Irlanda y las Kölsch en su Alemania, y por las llaves de nuestro candado que descansan ya oxidadas desde hace algunos años en el fondo del Rin.

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Por ser la persona que mil veces pedí al cielo, por ver que va pasando el tiempo y a pesar de mis defectos sigue siendo mi incondicional compañera, y por ser tan diferente a mí que no sabría vivir sin ella.

«Brindo por ti, por ser mi persona favorita y mucho más que mi mejor amiga. Por las historias que nos quedan por contar, por los capítulos thelma y louiseque aún tenemos que escribir en nuestro diario, por los enfados que vendrán y los abrazos tan fuertes que harán que se olviden. Por los viajes de carretera y manta cuando vayamos en busca del fin del mundo, y por la certeza de que cuando lleguemos hasta allí aún nos quedará mucho más camino juntas.»

 

Y si tu mundo está al revés, prueba a hacer el pino

Qué bien se nos da ahogarnos en un vaso de agua, puede que sea por vicio o por la tendencia al caos que forma parte del ser humano. Nos gusta decir que vamos buscando la forma de ser feliz, pero lo cierto es que preferimos dedicarnos a deshacer los puzzles cuando los terminamos, porque somos así, inquietos exploradores y creadores de nuevos paisajes.

A veces nos atascamos y todo nos parece un problema, el escritor se desespera porque su musa ha pedido una excedencia y está de año sabático en algún lugar pasado el ecuador, el estudiante de primera empieza a suspender parciales porque se ha distraído cuando el amor le ha saludado desde un balcón y las aves migratorias se pierden por el camino porque este cambio climático nos tiene a todos despistados.

pajaros

¿Qué será lo que desata en nosotros esa ansiedad de quererlo todo, y quererlo ya? Cuando somos niños tenemos la ventaja de no saber pensar más allá, y cada cosa que descubrimos se lleva toda nuestra atención. Disfrutamos de aprender, de sorprendernos cuando papá está arreglando el tostador y nos enseña cómo es por dentro, sabemos conformarnos con una sola cosa sin tener la necesidad de abarcar varias a la vez. Pero según vamos creciendo nos vamos acostumbrando a la sensación de la ilusión y buscamos otras formas de conseguir sentirla con la intensidad de antes. Qué estúpidos, hemos desaprendido a emocionarnos y no nos damos cuenta de que sigue estanlunesdo ahí, en cosas tan sencillas como el dibujo infinito de las ondas en el agua cuando tiras una piedra,  en  el regusto dulce de por la mañana cuando recuerdas que has soñado con él o en el olor a palomitas recién hechas.

Vaya, no debería hablar de esto antes de comer…

Nos complicamos porque nos da por trabarnos en los «problemones» más sencillos, nos empeñamos en estudiar nuestra realidad a través de una lente que no corresponde a nuestra dioptría y lo vemos todo mucho más grande, mucho más lejos o mucho más borroso de lo que es. A veces nos da por agobiarnos pensando que no llevamos el mismo rumbo que trazamos antes de salir, ¿no has pensado nunca que el hecho de que no quieras ir a un lugar no significa que no merezca la pena? Una vez mis padres me llevaron a París en contra de mi voluntad (era demasiado adolescente para aceptar un viaje en familia) y aún recuerdo con asombro esas calles kilométricas con sus árboles perfectamente recortados en línea recta, y las cosquillas en la boca del estómago al asomarme al balcón de la Torre Eiffel. Jamás olvidaré todo lo que aprendí de en ese viaje.

Aconsejan por ahí pinoque si la vida te da limones, prepares la exprimidora y te hagas una buena limonada. Yo soy más de hacer el pino cuando todo está al revés, ¡qué más da si vas en falda! ponte unas mayas cortas debajo y a correr, como cuando ibas al cole. Vuelve a ser un niño, los niños siempre encuentran soluciones sencillas a los problemas: si se acaba el dinero dibujan un billete con rotus, y si les duele la cabeza no se preocupan porque mamá compró tiritas ayer.

Aprende a sentarte y disfrutar del puzzle que estás intentando armar, no prefijes un tiempo récord para acabarlo y céntrate en la pequeña emoción cuando consigues encajar una pieza con otra. Créeme, así es mucho más divertido.

           «Si quieres volar primero tienes que despegar los pies del suelo ¿No puedes? entonces prueba a quitarte los zapatos»

La sombra de ti

¿Dónde comprar un castillo en el que encerrar a mis fantasmas? ¿dónde buscar los minutos que se le perdieron al reloj? Es difícil encontrar el impulso para saltar cuando tus pies no están pegados al suelo, y por más que pienso, no tengo ni idea de cuándo dejé de ser una excepción a la ley de la gravedad. Aunque sé que en realidad, lo más grave fue equivocarse.

volar

No sé en qué momento decidí soltarme de tu mano, no sé por qué dejé que la desilusión agarrara los estribos y perdiera el control. Pocas veces me he asustado tanto como cuando desperté del golpe, me encontré completamente sola y sin saber dónde estaba. ¿A quién pedirle indicaciones si ni si quiera sabes a dónde ir? Antes eso era divertido, cuando el destino era lo de menos, cuando lo único que me importaba era que me acompañabas en el viaje y descubríamos mundos hechos solo para ti y para mí, mundos construidos en las estrellas a las que la gente pide sueños. Éramos los dueños de nuestro paraíso.

cruce de caminos

En ti encontré la razón por la que compartirlo todo, abrí las puertas de mi alma y te dejé entrar. Limpiaste el polvo de los recovecos y amueblaste una habitación para ti, aprovechando cuando yo no me daba cuenta para ir conquistando más terreno. Después lo coloreaste todo con una preciosa banda sonora y me enseñaste a bailar.

Nadie sabía de qué color veíamos el viento ni cuántos «te quiero» cabían en nuestras miradas, vivíamos en una religión a parte solo para dos, como el Ying y el Yang, y yo te adoraba… y tú me adorabas. Nunca sentí una fe mayor que la que sentí por ti, o contigo, ¿qué más da? el caso es que creía en nosotros.

Me acostumbré a quedarme dormida cuando me tocabas el pelo y me enamoré de tu expresión cuando te enfadabas, aprendí a hacer nudos de corbata solo para tentarte después de vestirte aunque llegases tarde a trabajar, total, la excusa del tráfico siempre colaba aunque fueras en tren; me entretenía durante horas en la suavidad de tu espalda, admirando cada centímetro de piel canela, y me sonreías con esa carita de adormilado que me tenía robado el corazón.

ropa

Aprendimos juntos a esperar, a subir y a bajar llevando la confianza como nuestra bandera, nos inventamos nuestras propias reglas para jugar a saltárnoslas y redescubrir los límites del amor, aunque yo nunca llegué a verlos, cada día que pasaba te quería más.

Y ahora siento cómo se hace el vacío por dentro, como cuando al golpearte en el pecho exhalas todo el aire de los pulmones y tardas unos segundos en volver a respirar. Ojalá pudiera decirte cuánto te echo de menos, ojalá supieras que cuando la inspiración se enteró de que te habías marchado ella se escapó por la puerta de atrás, y no ha vuelto… ojalá pudiera pedirte que me la devuelvas. Pero ya no estás aquí, ya no eres mi costumbre de contarte cómo me ha ido el día aunque aún me lo pida el cuerpo cada vez que llego a casa, y ya solo tomo café por el placer de recordarte ¿qué sentido tiene ahora mantenerme despierta un ratito más si no lo voy a pasar contigo?

¿Cómo voy a gritar que vuelvas si este nudo en la garganta no me deja respirar?

O quizás no

Me quedé bloqueada un instante, quizás un par de milésimas que se me antojaron como horas; eras tú,  esos ojos café,  tu peinado cuidadosamente estudiado, las manos metidas en los bolsillos de ese abrigo tan elegante y la expresión de tu cara disimulando para no mirarme como siempre que me veías llegar, porque siempre te dio vergüenza no saber cómo actuar.

Hiciste un amago de sonreírme y se me olvidó por completo tomarme unos segundos para pensar si abrazarte o no,  pero me acordé en cuanto ese aroma tuyo volvió a recordarme lo irresistible que siempre eres has sido para mí.

Y entonces fue cuando el mundo se paró en seco lo que dura un relámpago,  lo justo para alarmarte sabiendo que algo ha ocurrido, pero no lo has visto bien. Y entonces te miré de cerca, tan cerca como antes… o quizás no tanto, pero no puedo estar segura cuando el recuerdo en mi cabeza está coloreado con tonos oníricos.  Y entonces vi una madurez en tu rostro imposible de adquirir en tan poco tiempo… y solo entonces supe lo duros que debieron de ser para ti aquellos meses.

Pero quizás a ti también se te olvidó tomarte un momento para pensar, o lo pensaste y te pareció una buena idea aventurarte a sonreírme como antes; o quizás no, pero eso me quiso parecer.

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Decidimos hacerle un guiño a los viejos tiempos y sentarnos en la misma mesa del mismo restaurante, aunque ambos escondimos el motivo real con la excusa de lo mucho que me gusta ese rincón. O quizás no, tal vez fui la única de los dos que jugaba a sentirse como entonces y ni si quiera te acordabas de por qué en tu lado de la mesa había un desconchón.

Yo pedí mi hamburguesa de siempre,  y tú te decidiste por la nueva, como siempre. Y tuve que volver a abrirte la bolsita de ketchup, porque cuando me la tendiste con tu sonrisa inocente no quise decirte que sé que por fin has aprendido a no desparramarlo por el plato. O quizás no, puede que te confunda con alguien y tú sigues necesitando ayuda.

Confieso que estaba nerviosa, tanto que ni si quiera me di cuenta de que tú también lo estabas hasta que los dos conseguimos relajarnos a base de bromas con la intención de romper un hielo que en realidad nunca llegó a estar allí, pues procuré no alejarme de ti y seguirte la pista para no perderme las cosas importantes de tu vida, y sé que tú quisiste estar al corriente de la mía cuidando de mis pasos con disimulo, pero desde cerca. O quizás no… no sé, perdona, me he quedado medio adormilada y me ha dado por soñar.

Y me acomodé otra vez tanto a ti que saltaron las alarmas al sentirme ser de nuevo la chica de antes de ayer, esa que se despistaba con la forma perfecta de tus labios en medio de cualquier conversación, y si le hablabas a oscuras quien la despistaba era esa experta en hipnosis que tienes por voz. Y me di cuenta  de que a pesar de estar a plena luz del día había vuelto a ocurrir, ese sonido traicionero me había llevado al escondite que nos prestaba una tal señora Jones,  amiga de Bubblé. Por cierto, ¿sabes qué fue de él?  Desde que no le pides que escriba canciones para mí no me lo he vuelto a cruzar.

En fin, que me asusté de la vida real y solo se me ocurrió interpretar un papel que no tardaste en tragarte… y te creíste que solo somos amigos, de esos que caminan del brazo porque entre ellos es como cuando llueve y son dos bajo un paraguas, un gesto sin ninguna importancia.
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Y te hice pensar que no me acuerdo de lo que escribiste en aquel post it azul, o quizás en realidad seas tú quien no se acuerda, ni del post it ni de por qué mi fondo de pantalla es una taza de café. ¿O quizás sí? Porque si hay algo de lo que estoy segura que recuerdas es que quitarme el sueño siempre se te dio bien.

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