Archivo por meses: May 2015

Ojalá ella también

Quizás te parezca extraño, pero esta mañana me dí cuenta de que últimamente he estado pensando en ti, o más bien, recordándote. Estaba recogiendo las pinturas de Claudia, mi hija pequeña, y viendo que había dejado todas las puntas gastadas me acordé con malicia de lo mucho que me gustaba hacerte rabiar escondiéndote el sacapuntas a dos minutos de terminar la clase de plástica, porque odiabas guardar los lápices sin afilar y te ibas al recreo con cara de pasa enfurruñada. Pero en seguida se te pasaba porque estabas loco por el bocadillo de lomo que me hacía mi madre para almorzar.

Y entonces caí en que era… ¿la quinta vez que aparecías en mi cabeza? no, la novena por lo menos… mira, ni idea, antes de empezar a contar ya había perdido la cuenta.

Me había acordado de aquella vez que tu madre nos llevó a la feria. Íbamos tan contentos que de camino todo nos hacía gracia, la señora rubia a la que se le salía el dedo gordo del pie por el agujero del zapato, el señor con gafas de Bartolo y casi nos asfixiamos cuando se nos cruzó aquel perro arrastrándose sentado por el suelo «¡¡Mira, Isaac, se está rascando el cucu!!». Madre mía, llegamos a la feria con calambres en la tripa. Pero al darnos cuenta de que habíamos llegado a la tierra prometida, donde los caramelos crecían en mini caravanas de colores, abrimos los ojos como platos, me cogiste de la mano y echamos a correr por las calles llenas de luces.

Pobrecita tu madre, lo que la hicimos gritar aquella noche, supongo que por eso no nos llevó nunca más. Por eso y porque tomaste demasiada azúcar, y ella aprendió que no se te podían dar más de tres cucharadas al día. Pero gracias a tu sobredosis me regalaste un montón de sonrisas llenas de emoción y algodón de azúcar.52dca302c0220278f9a3a9df1d8feb9a

A veces Claudia me sonríe así, cuando se lleva a la boca la primera cucharada de helado y me mira con esa cara de ilusión pringada en chocolate. En ese momento tengo la certeza de que mi pequeña es feliz, como solo puede serlo un niño, como lo eras tú cuando jugábamos en nuestros escenarios imaginarios.

Me acuerdo de una vez que nos inventamos que éramos marineros. Bueno, en realidad tú eras Jack Sparrow (sé que ese personaje aun no existía, pero en mi infantil mente enamorada, tú ya eras así de guapo) y yo era tu campanilla, pero con vestidito morado. Navegábamos a lo temerario, esquivando rocas afiladas y aguas infestadas de dinosaurios marinos, 7efbd39c2e359a3c2938f25339a9d8b2porque aun no habíamos estudiado los orígenes del mundo, claro. Y al llegar a una isla llena de cangrejos venenosos como no podía ser de otra manera, no se nos ocurrió otra cosa que saltar de piedra en piedra. Mientras tanto en el mundo real, estábamos en el aparcamiento del barrio, y las piedras eran los coches del vecindario. De pronto alguien nos gritó desde una terraza y salimos corriendo de allí como si nos persiguiera un policía.

Estuvimos escondiéndonos toda la tarde, jugando a presos fugados de la cárcel solo por aprovechar nuestros nervios, y cuando subimos cada uno a su casa, pensando que el percance de los coches en realidad no había sido algo tan malo, nos encontramos con la bronca monumental, una para cada uno. La chivata había sido la vecina de mi abuela, con razón la tenía tanta manía…

Casi puedo notar un pinchacito en el corazón recordando cómo se me rompió en pedazos cuando mis padres me prohibieron acercarme a ti. Me dijeron que no era para siempre, que solo era un castigo, pero para mí era como si me hubieran quitado las ganas de vivir.

Qué melodramática era esta cría.

Existía el detalle de que éramos compañeros de clase, y éramos tan ilusos que pensábamos que nuestros padres se turnaban para vigilarnos. En realidad no estábamos tan locos, lo que pasa que nuestras mentes se morían por jugar juntas y siempre encontrábamos la manera. Así que nos dedicábamos a dejarnos pistas por las esquinas del colegio: calaveras piratas dibujadas con tizas, una figurita de papel albal con forma de cocodrilo y una varita mágica hecha con un palo y el corazón de la manzana que me comí en el recreo. Era nuestra formar de reírnos de los mayores saliéndonos con la nuestra.

El día que nos levantaron el castigo lo recuerdo como uno de los más felices de mi vida. Nuestros padres se echaban de menos y decidieron reencontrarnos. Cuando vimos que solo estábamos a un metro el uno del otro me miraste asustado y me dijiste «¡estás más mayor!»

«Isaac, hijo, que solo ha pasado una semana…»

Nos abrazamos sin saber qué hacer con los brazos, locos de emoción, me apretaste muy fuerte y me dijiste que no nos separarían nunca más.

Pero ya ves que al final quienes nos separamos fuimos nosotros, como hacen los niños con todo cuando sin querer, empiezan a crecer.

Terminamos primaria ya algo distantes, la idea de pasar al instituto nos tenía con la cabeza en otra parte, esperando a ver qué habría al otro lado de toda esa inseguridad que sentíamos. La clase, que habíamos sido la misma desde que teníamos 7 años, se disolvió y nos mezclamos con otras clases y gente que venía de otros colegios. Y por culpa de toda esa marea mental y cambios vertiginosos, terminamos de despistarnos y nos perdimos de vista.

«Estoy segura de que hace tiempo que hubiéramos recuperado el contacto, y volveríamos a divertirnos comiendo algodón de azúcar…«algodon_de_azucar

Pero alguien no quiso darnos esa oportunidad y tú tuviste que mudarte a la vuelta del charco por tu padre, aunque nunca supe muy bien por qué.

Yo no le di mayor importancia y no me costó casi nada ignorar tu existencia, como hacías tú conmigo. Y te archivé en mi memoria como uno de los motivos por los que fui la niña más feliz del mundo. Y ya está… porque el pasado pasado está, y a pesar de lo maravilloso que sería, no se puede volver atrás para recuperar algo.

Pero ¿sabes una cosa? Ojalá…

Sí, ojalá le ocurra a Claudia. Ojalá se enamore con 6 años del niño más risueño de su clase, y que sea en un visto y no visto, como me pasó a mí. Me encantaría ver cómo se le imagesponen coloradas las orejitas al preguntarle qué tal en el cole, y no me pueda contestar sin una sonrisa tímida descontrolada. Estar haciendo un día los deberes con ella y ver que los bordes de las páginas están llenas de corazones con sus iniciales por todas partes, y su nombre dibujado en rótulo con 200 tipos de letras.

Y que empiece a querer hacer los deberes ella solita.

Quiero que mi hija crezca habiendo conocido ese tipo de amor inocente del que se aprenden tantas cosas… que aprenda a compartir, a explorar su imaginación, que conozca lugares a los que ni si quiera llegamos tú y yo.

Ojalá su primer amor sea inolvidable como el mío.

Ojalá algún día Claudia tenga a su Isaac.